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320 pages, Paperback
First published January 1, 1951
“Humanitas, Felicitas, Libertas”Esta encantadora y hermosa novela, traducida nada más y nada menos que por Julio Cortázar, reúne en pocas páginas un sinfín de reflexiones a cual más sugerente sobre el poder, la amistad, el paso del tiempo, el arte, el amor, el deseo, la muerte y la vida que, aunque escenificadas en la Roma del siglo II, siguen igual de vigentes hoy en día. Son estas unas supuestas memorias destinadas a instruir y aconsejar a Marco Aurelio, emperador tras el gobierno de Antonio Pío, sucesor de Adriano, tres de los llamados cinco emperadores buenos junto a sus predecesores Nerva y Trajano.
“Nada me explica: mis vicios y mis virtudes no bastan; mi felicidad vale algo más, pero a intervalos, sin continuidad, y sobre todo sin causa aceptable. Pero el espíritu humano siente repugnancia a aceptarse de las manos del azar, a no ser más que el producto pasajero de posibilidades que no están presididas por ningún dios, y sobre todo por él mismo”Los hechos que se conocen de Adriano le retratan como un brillante administrador, pese a su pacifismo, un experimentado y hábil militar, excelente estratega en las relaciones con los pueblos fronterizos, gran viajero, tolerante con otras culturas y credos, amante de las artes, versado en los movimientos filosóficos de su tiempo y fervoroso seguidor de la cultura helena (“He leído casi todo lo que han escrito nuestros historiadores, nuestros poetas y aun nuestros narradores”… eran otros tiempos). Pero, como dice la propia autora por boca de Adriano: ”entre yo y los actos que me constituyen existe un hiato indefinible. La prueba está en que sin cesar siento la necesidad de pensarlos, explicarlos, justificarlos ante mí mismo”. Un discernimiento de ese hiato es lo que nos propone la autora en estas páginas.
“Me sentía responsable de la belleza del mundo. Quería que las ciudades fueran espléndidas, ventiladas, regadas por aguas límpidas, pobladas por seres humanos cuyo cuerpo no se viera estropeado por las marcas de la miseria o la servidumbre, ni por la hinchazón de una riqueza grosera”Yourcenar establece la belleza como el más claro ideal de Adriano, una palabra que va más allá del mero criterio estético abarcando su propósito de proporcionar una vida justa a sus ciudadanos, extender el conocimiento y la cultura, mantener la paz y la seguridad en todo su territorio, fomentar el comercio entre los pueblos, crear un mundo en el que “los filósofos tuvieran su lugar y también lo tuvieran los bailarines”.
“Esta mañana pensé por primera vez que mi cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo”Pero fundamentalmente, el Adriano de Yourcenar nos habla de sí mismo, empezando por el temor y la resignación con la que afronta el rápido deterioro de su cuerpo (“Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz”) y de los placeres a los que poco a poco debe ir renunciando, situando por encima de todos ellos al amor (“De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo…”) y al sexo (…entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu”).
“Veo allí mi naturaleza, ya compleja, formada por partes iguales de instinto y de cultura. Aquí y allá afloran los granitos de lo inevitable: por doquier, los desmoronamientos del azar. Trato de recorrer nuevamente mi vida en busca de su plan, seguir una vena de plomo o de oro, o el fluir de un río subterráneo, pero este plan ficticio no es más que una ilusión óptica del recuerdo”Como todo texto autobiográfico destinado a ser leído, es igual de importante interpretar bien lo escrito explícitamente como captar lo implícito, algo que Yourcenar nos presenta de una forma elegante e inteligente. Como es el caso de la ambigua culpa que siente por la muerte de quien fue su gran amor, Antínoo, a quien acogió como favorito siendo un adolescente, sin renunciar a otros y otras amantes ocasionales con las que incluso obligó a Antinoo a compartir cama pese al dolor que este sentía por tal humillación (“Sólo una vez he sido amo absoluto; y lo fui de un solo ser”. Por supuesto, no tiene en cuenta a los muchos esclavos que estaban su servicio y a los que obligaba a llevarlo en litera hasta la misma puerta de sus ocasionales anfitriones para que estos no tuvieran que soportar en la calle las inclemencias del tiempo durante la espera). También cuenta con cierta ambigüedad auto-exculpatoria el asesinato de varios de sus enemigos políticos, su ambición de poder, sus violentas reacciones con sus colaboradores y familiares o la relación que mantenía, habría que decir que no mantenía, con su mujer, con la que se casó por conveniencia y con la que apenas convivió.
“Ningún pueblo, salvo Israel, tiene la arrogancia de encerrar toda la verdad en los estrechos límites de una sola concepción divina, insultando así la multiplicidad del Dios que todo lo contiene; ningún otro dios ha inspirado a sus adoradores el desprecio y el odio hacia los que ruegan en altares diferentes”Yourcenar atribuye a Adriano una especial inquina hacia la religión judía (la única guerra durante su reinado fue contra los judíos) o, en general, hacia cualquier religión que impusiera dogmas y se erigiera como la única verdadera.
“… temía por nuestras antiguas religiones, que no imponen al hombre el yugo de ningún dogma, se prestan a interpretaciones tan variadas como la naturaleza misma y dejan que los corazones austeros inventen si así les parece una moral más elevada, sin someter a las masas a preceptos demasiado estrictos que en seguida engendran la sujeción y la hipocresía”Sin embargo, parece que el ser humano tiene necesidad de pensar que la realidad es más especial de lo que realmente es, creía en la astrología y en la adivinación. Buscando respuestas, acudía con frecuencia a las explicaciones mágicas, al “parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros”.
“… si el hombre, parcela del universo, está regido por las mismas leyes que presiden en el cielo, nada tiene de absurdo buscar allá arriba los temas de nuestras vidas, las frías simpatías que participan de nuestros triunfos y nuestros errores”Independientemente de la veracidad de todo lo contado por la autora, la novela, tomada como ficción, es bella y profunda y hará las delicias del lector más exigente.
When useless servitude has been alleviated as far as possible, and unnecessary misfortune avoided, there will still remain as a test of man's fortitude that long series of veritable ills, death, old age and incurable sickness, love unrequited and friendship rejected or betrayed, the mediocrity of a life less vast than our projects and duller than our dreams; in short, all the woes caused by the divine nature of things.Being a dying person and still feeling a sense of tremendous responsibility towards the mankind is a mark of a true leader. Hadrian while on his death bed bequeathed a small package of valuable reflections in the form of a lovely letter to young Marcus Aurelius but behind the salutation of ‘Dear Mark’ one can imagine their own name being addressed. These are the most beautiful and honest thoughts I have ever laid my eyes on. This is how Yourcenar has given us a memorable trip to a glorious world which was and where Hadrian still is. She hasn’t presented her hero in the shining bright light of perfection and righteousness. Hadrian was fallible but he knew how to strike that difficult balance between the different philosophies of life. If his conquests had humility, his losses contained prudent lessons. If he had immense love for his empire, he had deep respect for other cultures. If he cultivated virtues of his men, he mitigated his own vices too. He was not God, but he was Godlike.
Comme le voyageur qui navigue entre les îles de l'Archipel voit la buée lumineuse se lever vers le soir, et découvre peu à peu la ligne du rivage, je commence à apercevoir le profil de ma mort.
[As the traveller navigating between the islands of the Archipelago sees the luminous mist rise towards the evening, and discovers, little by little, the line of the shore, so I begin to notice the contours of my death.]
Ces murs que j'étaie sont encore chauds du contact de corps disparus; des mains qui n'existent pas encore caresseront ces fûts de colonnes.
[These walls that I prop up are still warm from contact with bodies that have disappeared; hands which do not yet exist will caress the trunks of these columns.]
Loin de voir dans ces marques d'adoration un danger de folie ou de prépotence pour l'homme qui les accepte, j'y découvrais un frein, l'obligation de se dessiner d'après quelque modèle éternel, d'associer à la puissance humaine une part de suprème sapience. Être dieu oblige en somme à plus de vertus qu'être empereur.
[Far from seeing in these signs of adoration a risk of madness or authoritarianism for the man who accepts them, I found them to be a restraint – the obligation to model oneself on some eternal prototype, to link human power to an element of supreme wisdom. Being a god, in short, calls for more virtues than being an emperor.]
Mais le poids de l'amour, comme celui d'un bras tendrement posé au travers d'une poitrine, devenait peu à peu lourd à porter.
[But the weight of love, like an arm draped tenderly across one's chest, became little by little heavy to bear.]
Cette mort serait vaine si je n'avais pas le courage de la regarder en face, de m'attacher à ces réalités du froid, du silence, du sang coagulé, des membres inertes, que l'homme recouvre si vite de terre [...].
[This death would be in vain if I did not have the courage to look at it head-on, to concentrate on these realities of cold, of silence, of coagulated blood, of inert limbs, that man recovers so quickly from the earth.]
I have sometimes thought of constructing a theory of human knowledge which would be based on eroticism, a theory of contact wherein the mysterious value of each being is to offer us just that point of perspective which another world affords. In such a philosophy pleasure would be a more complete but also more specialized approach to the Other, one more technique for getting to know what is not ourselves.
Thus from each art practiced in its time I derive a knowledge which compensates me in part for pleasures lost. I have supposed, and in my better moments think so still, that it would be possible in this manner to participate in the existence of everyone; such sympathy would be one of the least revocable kinds of immortality. There have been moments when that comprehension tried to go beyond human experience, passing from the swimmer to the wave. But in such a realm, since there is nothing exact left to guide me, I verge upon the world of dream and metamorphosis.
“But books lie, even those that are most sincere.”
“I have come to speak of myself, at times, in the past tense.”