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256 pages, Mass Market Paperback
First published January 1, 1913
“Y aquella enfermedad que era el amor de Swann había proliferado tanto, se había entreverado de forma tan estrecha a todos los hábitos de Swann, a todos sus actos, a su pensamiento, a su salud, a su sueño, a su vida, incluso a lo que deseaba para después de su muerte, formaba hasta tal punto un todo con él, que ya no habría sido posible arrancársela sin destruirle casi por entero: como se dice en cirugía, su amor ya no era operable.”Para ello, Proust elige a Charles Swann, un señor elegante, culto y de gustos tan exquisitos en el arte como ordinarios en los asuntos de cama, un adinerado caballero que tiene abiertas todas las puertas de la gran sociedad y en la que son muy respetados sus criterios estéticos. En frente tendrá a Odette de Crécy, una mujer experimentada, una cocotte interesada, frívola y ordinaria, que primero le perseguirá con mimos y halagos para después utilizarle y humillarle sin miramiento alguno.
“Hasta entonces, como muchos hombres en quienes el gusto por las artes se desarrolla independientemente de la sensualidad, había existido una extraña disparidad entre las satisfacciones que concedía al uno y a las otras, gozando, en compañía de mujeres cada vez más ordinarias, de las seducciones de obras cada vez más refinadas.”Así, con una prosa barroca, poéticamente bella, repleta de metáforas y símiles, de descripciones, acotaciones y digresiones, con un moroso desmenuzamiento psicológico de cada acto, pensamiento y sentimiento de Swann, vamos asistiendo a todas las fase de su amor por Odette: su indiferencia inicial, el rejuvenecimiento que el surgimiento del amor le provoca, el vuelco de todo su mundo en el habitado por Odette, por muy vulgar que antes le pareciera, el abandono que sufre por parte de Odette, el desconsuelo por no poseerla y la terrible angustia de los celos en la que hasta los gestos de cariño recibidos en el pasado se convierten en fuente de dolor al imaginarlos destinados a otros.
“Las mentiras que por él ha dicho a otros se convierten en mentiras que por otros también le fueron dirigidas a él.“El famoso poder evocador de los sentidos, para siempre asociado a la mil veces comentada anécdota de la magdalena, tiene aquí una importancia crucial, tanta o más que toda la evolución del amor descrita. Empezando con ese momento decisivo que marca el inicio de la pasión por Odette, una mujer por la que no experimentaba atracción física o sentimental alguna, cuando descubre en uno de sus gestos un asombroso e inesperado parecido con la admirada Séfora de Boticelli en un fresco de la Capilla Sixtina.
“Su deseo siempre se había orientado en sentido opuesto a sus gustos estéticos. La expresión «obra florentina» prestó un gran servicio a Swann. Como un título, permitió a la imagen de Odette penetrar en un mundo de sueños, al que hasta entonces no había tenido acceso y en el que se impregnó de nobleza. Y, mientras la visión puramente carnal que había tenido de aquella mujer, renovando continuamente sus dudas sobre la calidad del rostro, del cuerpo, de toda su belleza, debilitaba su amor, aquellas dudas quedaron disipadas, aquel amor se afianzó cuando en su lugar tuvo por base los datos de una estética cierta; sin contar con que el beso y la posesión, que parecían naturales y mediocres si eran concedidos por una carne ajada, viniendo a coronar la adoración de una pieza de museo le parecieron que debían de ser sobrenaturales y deliciosos.”Hay muchos más ejemplos de este poder evocador de sentimientos que surgen al volver a ciertos lugares, o al escuchar un nombre, una palabra o una expresión, como esa de hacer cataleya, con la que los amantes se requerían sexo. Pero de entre todas ellas cabe resaltar la referida a la frase musical tantas veces mencionada en el relato.
“En cuanto la oía, la pequeña frase sabía liberar en su interior el espacio que necesitaba, y las proporciones del alma de Swann se veían alteradas; en ella quedaba reservado margen para un goce que tampoco correspondía a ningún objeto exterior y que, sin embargo, lejos de ser puramente individual como la del amor, se imponía a Swann como una realidad superior a las cosas concretas. Esa sed de un encanto desconocido la despertaba en él la pequeña frase, pero sin aportarle nada preciso para saciarla. De modo que aquellas partes del alma de Swann donde la pequeña frase había borrado la preocupación por los intereses materiales, las consideraciones humanas y válidas para todos, las había dejado vacías y en blanco, y él era libre para inscribir ahí el nombre de Odette.”