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118 pages, Paperback
First published November 1, 2000
One has a moral obligation to take responsibilty for one’s actions, and that includes one’s words and silences, yes, one’s silences, because silences rise to heaven too, and God hears them, and only God understands and judges them, so one must be very careful with one’s silences. I am responsible in every way.The novel is much like jazz where the notes you don’t play are equally important to the ones that are played. Urrutia did his part, played his role and was never chastised for it. Even when he feared for his reputation after teaching the private lessons to Pinochet and his generals (a humorous sidenote is that the generals are far more concerned with the personal life of one attractive female theorist than her actual ideas), nobody seemed to care. However, it was his inability to stop it, to say no, to do anything to dam up the onslaught of history even for a moment that will serve as his everlasting personal tombstone.
“Lo importante era la vida, no la literatura.”Tenía una conocida que sufría de la jodida manía de argumentar sobre muchas cosas empezando con un "nosotros, los lectores...", incluyéndonos a ambos en esa clase especial y, naturalmente, varios grados superior, no sé bien en qué sentido, a la que conforma la clase de los no lectores. Era claramente una esnob de la lectura.
“… para qué sirven los libros, son sólo sombras"A alguno les parecerá raro todo esto que digo, y más por decirlo en un sitio como este y más por lo mucho que en él participo, y, en fin, pensarán que a cuento de qué esta diatriba contra la Literatura y sus cómplices. La razón es que mucho de esto que aquí digo tiene que ver con la novela de Bolaño, más allá del evidente tema de la culpa y el horror de una dictadura.
“… y después vino el golpe de Estado, el levantamiento, el pronunciamiento militar, y bombardearon La Moneda y cuando terminó el bombardeo el presidente se suicidó y acabó todo. Entonces yo me quedé quieto, con un dedo en la página que estaba leyendo, y pensé: qué paz. Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio.”Bolaño nos trae aquí la confesión en sus últimos momentos de un poeta mediocre, crítico literario y lector de buen juicio y sensibilidad, el sacerdote chileno Sebastián Urrutia Lacroix, representante de la intelectualidad chilena que colaboró con la dictadura o, al menos, guardó un silencio cómplice, algo que le persigue en sus momentos finales en forma de un joven envejecido.
“En aquellos años de acero y silencio, al contrario, muchos alabaron mi obstinación en seguir publicando reseñas y críticas. ¡Muchos alabaron mi poesía! … todos éramos razonables … todos éramos chilenos, todos éramos gente corriente, discreta, lógica, moderada, prudente, sensata, todos sabíamos que había que hacer algo, que había cosas que eran necesarias, una época de sacrificios y otra de sana reflexión.”Bolaño delibera en torno al oficio de escritor, su para qué más allá de la necesidad personal de escribir y de sobrevivir si no se sabe/puede hacer otra cosa; sobre la profesión, muchas veces encerrada en una burbuja egocéntrica en la que “el populacho” y sus circunstancias son indiferentes cuando no directamente despreciados; sobre el mismo hecho de leer como una actividad que se agota en sí misma. Todo enmarcado y resaltado por el horror de la dictadura chilena.
“Después vinieron las elecciones y ganó Allende… Que sea lo que Dios quiera, me dije. Yo voy a releer a los griegos. Empecé con Homero, como manda la tradición, y seguí con Tales de Mileto y Jenófanes de Colofón… y mataron al ex ministro de la Democracia Cristiana Pérez Zujovic y Lafourcade publicó Palomita blanca y yo le hice una buena crítica, casi una glosa triunfal, aunque en el fondo sabía que era una novelita que no valía nada, y se organizó la primera marcha de las cacerolas en contra de Allende y yo leí a Esquilo y a Sófocles y a Eurípides…”Hay varios momentos especialmente terribles en la novela. Uno es la visita que Salvador Reyes, escritor y agregado cultural en la embajada chilena en París, y Ernst Jünger, miembro del ejército nazi, —dos intelectuales, uno testigo pasivo de la ocupación y el otro soldado perteneciente a las fuerzas de ocupación— hacen a un pintor guatemalteco que literalmente se está muriendo de debilidad en su pobre habitación parisina mientras sus visitantes hablan amigablemente de arte y literatura.
“Jünger dijo que no creía que el guatemalteco llegara vivo hasta el invierno siguiente, algo que sonaba raro proviniendo de sus labios, pues a nadie se le escapaba entonces que muchos miles de personas no iban a llegar vivas al invierno siguiente, la mayoría de ellas mucho más sanas que el guatemalteco, la mayoría más alegres, la mayoría con una disposición para la vida notablemente superior a la del guatemalteco, pero Jünger igual lo dijo, tal vez sin pensar, o manteniendo cada cosa en su estricto lugar.”Otro es el viaje que el padre Urrutia, seleccionado por sus superiores Odeim y Oido (léanlos al revés), hace por Europa con el fin de estudiar posibles soluciones al deterioro que las palomas provocan en los edificios religiosos.
“Vinieron épocas duras y épocas confusas, pero sobre todo vinieron épocas terribles, en las que se aunaba lo duro y lo confuso con lo cruel. Los escritores siguieron llamando a sus musas. Murió el Emperador. Vino una guerra y murió el Imperio. Los músicos siguieron componiendo y la gente acudiendo a los conciertos.”Una pequeña gran novela.
"Chile, Chile. ¿Cómo has podido cambiar tanto?, le decía a veces, asomado a mi ventana abierta, mirando el reverbero de Santiago en la lejanía. ¿Qué te han hecho? ¿Se han vuelto locos los chilenos? ¿Quién tiene la culpa? Y otras veces, mientras caminaba por los pasillos del colegio o por los pasillos del periódico le decía: ¿Hasta cuándo piensas seguir así, Chile? ¿Es que te vas a convertir en otra cosa? ¿En un monstruo que ya nadie reconocerá?"